
Pensamientos del libro: Corazón Abierto, Mente Lúcida.
Autora: Thubten Chödron.

Venerable Thubten Chödron nació como Cheryl Greene, es una monja budista de la tradición tibetana y una figura destacada en la recuperación de la ordenación femenina. Es discípula de Su Santidad Tenzin Gyatso, decimocuarto Dalái Lama.
Nació en 1950 en Chicago, pasó su juventud en el área de Los Ángeles (California) y obtuvo una Licenciatura en Historia en la Universidad de California (UCLA) en 1971. Asistió a un curso con los venerables Lama Yeshe y Thubten Zopa Rinpoché en 1975, lo que la motivó para estudiar y practicar la tradición tibetana en un monasterio en Nepal. A los 27 años de edad, recibió la ordenación de novicia (Sramanerika). En 1986, viajó a Taiwán para recibir la ordenación como monja (Bhikshuni).
Ha estudiado y practicado con intensidad la tradición tibetana, en India y Nepal y durante tres años en el Monasterio Dorje Pamo en Francia. Ha ocupado diversos cargos, como directora del programa espiritual en el Instituto Lama Tzong Khapa (Italia), profesora titular en el centro budista Amitābha en Singapur y en la Dharma Friendship Foundation de Seattle.
Es autora de diversos artículos y libros como Budismo para principiantes, Open Heart, Clear Mind,Taming the Mind,Working with Anger; y How to Free Your Mind: Tara the Liberator.
Chödron es conocida por recuperar la ordenación femenina, cultivar el diálogo interreligioso, difundir la doctrina en prisiones y enseñarla en todo el mundo. Su didáctica pone de relieve la aplicación práctica del budismo en la vida cotidiana y es reconocida por haber facilitado su comprensión y práctica a los occidentales, como en su adaptación de las enseñanzas Lamrim.
Es cofundadora de la asociación internacional de maestros budistas de occidente. Fue una participante destacada en las conferencias de 1993 y 1994 con Su Santidad el Dalai Lama y en la creación en 2007 del Congreso sobre el papel de las mujeres en el monasticismo budista.
En la actualidad es la abadesa del Monasterio Sravasti, cerca de Newport, Washington.
Cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad personal de hacer todo lo que podamos para mejorar nuestro mundo.
Mientras no estemos iluminados, nuestras acciones para ayudar a los demás serán limitadas. Sin paz interior es imposible alcanzar la paz en el mundo. Por eso, debemos mejorarnos a nosotros mismos y al mismo tiempo hacer lo que podamos para ayudar a los demás. La unión de compasión y sabiduría conlleva el desarrollo completo del potencial humano: el estado iluminado.
Cuando buscamos respuestas a nuestras preguntas, crecemos.
Mientras estamos enredados en el ciclo de nuestros problemas mentales y físicos, si nos apartamos de nuestro propósito por la especulación intelectual sobre materias irrelevantes, a las cuales posiblemente no seamos capaces de dar respuesta en el momento actual, estaremos actuando de un modo insensato. Es mucho más sabio tratar con lo que es importante.
El apego es una actitud que sobrestima las cualidades de un objeto y después se aferra a ella. En otras palabras, proyectamos sobre las personas y los objetos cualidades que no poseen, o exageramos las que poseen. El apego está arraigado en expectativas sobre lo que los demás deberían ser o hacer. El apego sobreestima a nuestros familiares y amigos y se aferra a ellos.
Si tenemos presente que es imposible estar siempre con nuestros seres queridos, no nos sentiremos perturbados cuando estemos separados de ellos. Más que sentirnos abatidos porque no estemos con ellos, nos alegraremos de corazón por el tiempo que pasamos juntos. El apego hace que nos sintamos posesivos respecto a las personas cercanas a nosotros. Sin embargo, no poseemos a nuestros seres queridos. No se posee a una persona como si fuera un objeto.
Cuanto estamos apegados no somos libres emocionalmente, sino que dependemos y nos aferramos a otra persona para realizar nuestras necesidades emocionales. Tememos perder a esa persona hasta el punto de pensar que nos sentiríamos incompletos sin ella. Este grado de dependencia no nos permite desarrollar nuestras propias cualidades.
Elaboramos preconcepciones de lo que serán nuestras relaciones con estas personas creando expectativas sobre ellas. Nuestras proyecciones y expectativas provienen de nuestra propia mente, no de las otras personas. Nuestros problemas no surgen porque los otros no sean lo que pensamos que eran, sino porque erróneamente pensamos que eran algo que no son.
Si ciertas personas fueran objetivamente valiosas y buenas, entonces todos los demás las verían del mismo modo. Pero alguien que nos gusta puede desagradar a otra persona. Esto sucede porque cada uno evalúa a los demás basándose en sus propias preconcepciones y prejuicios. Las personas no son maravillosas por sí mismas y desde sí mismas, independientemente de nuestro juicio sobre ellas.
¡Qué extraño pensar que conocemos completamente a otra persona! Ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos ni los cambios que experimentamos. Ni siquiera llegamos a entender ni una milésima parte sobre la otra persona. La falsa idea de creer que alguien es quien pensamos que es, complica nuestras vidas. Por otra parte, si somos conscientes de que nuestro concepto es sólo una opinión, entonces seremos mucho más flexibles.
Cuando otras personas actúan de una manera que no corresponde con la concepción que tenemos sobre ellas nos sentimos decepcionados o enfadados. Podemos intentar halagarlas para que vuelvan a ser quienes esperamos que sean. Podemos criticarlas, intentar dominarlas, o intentar que se sientan culpables. Cuando hacemos esto nuestra relación se deteriora aún más y nos sentimos tristes.
Mientras que el apego es una manifestación incontrolada y sentimental, el amor es directo y poderoso. El apego se basa en el egoísmo, mientras que el amor se funda en el aprecio a los demás. El apego valora las cualidades superficiales de las personas (apariencia, inteligencia, talento, posición social, dinero, etc.), mientras que el amor vé más allá de esas apariencias superficiales pues mira más adentro.
El “amor controlado” no es amor puesto que sus hilos están atados. Pensamos… “te amo si…” y añadimos nuestras condiciones. Lo que llamamos amor es, con frecuencia, apego; una actitud perturbadora que sobreestima las cualidades de la otra persona. De esta manera nos apegamos a esta persona pensando que nuestra felicidad depende de ella. El amor, por otra parte, es una actitud abierta y relajada. Queremos que alguien sea feliz por el simple hecho de existir.
El amor es desinteresado. En vez de preguntarnos de qué manera puede esta persona satisfacer mis necesidades en esta relación, pensaremos “¿qué puedo darle al otro?”. El problema esencial es que, más que amar, buscamos ser amados. Anhelamos ser entendidos por otros más que entenderles. Nuestro sentido de inseguridad emocional proviene de la ignorancia y del egoísmo que oscurece nuestra mente. Seremos capaces de desarrollar confianza cuando reconozcamos la capacidad interna que poseemos para convertirnos en personas completas, satisfechas y amorosas.
La inseguridad emocional hace que busquemos continuamente algo en los demás. El amor enfatiza el dar más que el recibir. Al no encontrarnos atados por los aferramientos y expectativas con respecto a los demás, seremos amables y participativos, alcanzando nuestro propio sentido de integridad y autonomía.
El sentimiento de apego quiere tanto que otros sean felices que nos obliga a presionarlos para que hagan lo que pensamos que les hará felices. No les permitimos elegir porque sentimos que sabemos qué es lo mejor para ellos, mejor que ellos mismos. No les dejamos que hagan lo que les haría felices, ni aceptamos que a veces se sientan infelices o que prueben algo que no queremos lo hagan. Tales dificultades surgen a menudo en las relaciones familiares.
El amor desea intensamente que los demás sean felices. Sin embargo, este deseo queda equilibrado por la sabiduría, al reconocer que la felicidad de los demás es algo que también depende de ellos. Podemos guiarles, pero nuestro ego no se involucrará cuando lo hagamos. Si les respetamos, les permitiremos aceptar o no nuestro consejo y nuestra ayuda. Curiosamente, cuando no presionamos a otros para que sigan nuestro consejo, se muestran más abiertos a escucharlo.
Logrando llevar nuestro entendimiento sobre la impermanencia del pensamiento al corazón, sabremos apreciar el tiempo que pasamos con los demás. En lugar de codiciar más, acumular más, cuando nos sea posible lograrlo, nos alegraremos de corazón por todo lo que compartimos con otros en el presente. De ese modo, evitando el apego, nuestras relaciones se enriquecerán.
Al reconocer la impermanencia, seremos capaces de dar más valor a todas las cosas que nos rodean, por más pequeñas que sean, y apreciarlas completamente mientras duran. Así, cuando desaparezcan, no lo lamentaremos.
Pero, ¿cuál es el propósito de la vida humana? ¿Consiste en parecer bellos solo por fuera, o en mejorar nuestra mente y abrir nuestro corazón de modo que seamos más bellos interiormente? Las cualidades que hacen a las personas hermosas en su interior son más importantes y duraderas que la belleza física, pero estas cualidades no aparecen por casualidad sino porque la gente las cultiva.
El falso concepto de que el cuerpo es inalterable y nos procura una felicidad duradera; que es intrínsecamente puro y posee una esencia real que se puede hallar– exageran las cualidades de nuestro cuerpo. Esta es la causa que nos apeguemos a la idea de ser perpetuamente jóvenes, sanos y bien parecidos. Tal apego hace que nos sintamos ansiosos e insatisfechos.
El desapego es un estado mental equilibrado en el cual no nos apegamos a las cosas y por tanto somos libres de enfocar nuestra atención hacia lo que es realmente valioso. Sin apego nos sentiremos menos ansiosos y más serenos. Esto nos permite relacionarnos con nuestro entorno y con los demás.
En vez de servirme de mis posesiones con apego egoísta, las utilizaré con la aspiración de mejorar mis cualidades, de modo que pueda amar y ayudar más a los demás. Así, al evitar el apego estamos abriendo la puerta a la auténtica comunicación con los demás, al amor y a la compasión. Tratemos siempre de cultivar la visión interna (crecimiento personal) y la compasión.
El amor es el deseo de que los demás sean felices y de que posean las causas de esa felicidad. Al haber reconocido de un modo realista la bondad de los demás, así como sus defectos, el amor se concentra en su bienestar. No tenemos motivos ocultos para satisfacer nuestro egoísmo; amamos a los demás tan solo porque existen. El amor debe ir unido a la sabiduría. No debe ser un amor ignorante.
Si consideramos a todos los seres humanos como parte de una unidad –la vida- no nos sentiremos molestos o preocupados en ayudar a los demás. Nos damos rápido cuenta que todos somos interdependientes y que al ayudar a los demás, realmente nos estamos ayudando a nosotros mismos.
La mayoría de nosotros poseemos un concepto erróneo de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Pensamos y actuamos como si fuéramos el centro del universo: “mi felicidad y mi sufrimiento”, siempre están presentes en nuestra mente ocupando el primer lugar. Nuestro interés hacia los demás queda siempre relegado en virtud de nuestro propio interés.
Nada es estable. No existe seguridad ni garantía de que vayamos a disfrutar una felicidad continuada. La compasión es una actitud que desea que cada uno esté libre de condiciones insatisfactorias, que sea libre. El primer paso en el sendero hacia la iluminación consiste en liberarnos de nuestra constante preocupación con nosotros mismos, de nuestro ego; estableciendo las condiciones necesarias para desarrollar nuestra compasión y nuestra sabiduría.
Ese primer paso es la determinación de ser libre, que es una llamada de cambio con respecto a nuestra actitud. Al darnos cuenta de la impermanencia de otros seres, de nosotros mismos, de posesiones o situaciones, nos hace ver lo valioso que es aprovechar nuestro tiempo actual/real para hacer que nuestro amor, nuestra compasión, nuestra sabiduría y nuestras habilidades se puedan incrementar.
El amor es el deseo de que los demás sean felices, mientras que la compasión es el deseo de ver a los demás libres del sufrimiento. Una vez que hemos eliminado el apego hacia cosas, familia y amigos, el enfado hacia los amigos o enemigos y la indiferencia hacia los extraños, entonces el amor y la compasión pueden ser ecuánimes y hacerse extensivos hacia todos los seres que nos rodean.
El equilibrio es esencial, a veces necesitamos ampliar nuestros límites. En otras ocasiones necesitamos quietud y absorber lo que hemos aprendido. Tenemos que ser sensibles a nuestras necesidades en cualquier momento en particular y actuar en consecuencia. Según vayamos siendo más hábiles a la hora de equilibrar nuestras actividades, será más fácil evitar que nos “consumamos”. Intentar abarcar más de lo que somos capaces no nos ayuda a nosotros ni a los demás. Necesitamos evaluar nuestras capacidades con precisión. A veces somos capaces de comprometernos con muchos proyectos. Otras veces puede que necesitemos estudiar y reflexionar. Si nos tomamos este tiempo, nos sentiremos frescos y seremos capaces de pasar un tiempo de mayor calidad con los demás.
Crédito: Fotografía de Marion Michele.