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Sumario Chistes Catón # 4

Llegó un nuevo gallo al corral, espléndido, arrogante. Una gallinita le dijo a otra: “¿No te gustaría que ese gallo fuera elevadorista?’’. “¿Por qué?’’ -se sorprendió la otra, sin entender. Explicó la gallinita: “Porque entonces nos diría: ‘¿A cuál piso?’’’

Babalucas invitó a salir a una muchacha. Al día siguiente un amigo le preguntó: “¿Cómo te fue con esa chica?”. “Muy mal -respondió tristemente el tontiloco-. Me salió dormilona”. “¿Dormilona?” -se extrañó el amigo-. “Sí -explica Babalucas-. A eso de las 11 de la noche me preguntó que a qué horas nos íbamos a acostar”…

Un señor estaba en el lecho de su última agonía. De la cocina le llegó un aromático perfume de cafecito recién hecho. El infeliz llamó a su hijo, y con voz apenas audible le pidió: “Dile a tu madre que me traiga una tacita de café. Será el último que beba en mi vida”. Fue el muchacho, y regresó a poco: “Dice mamá que el café es para el velorio”…

La novia de Babalucas le confesó con franqueza, mirándolo a los ojos: “Estoy viendo a otro hombre”. “No –replicó el badulaque-. Soy el mismo”…

El orgasmo religioso es cuando al llegar al culmen de la unión coital la mujer grita: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío!’, o también: “¡Valedme, ángeles y arcángeles; serafines y querubines; tronos, virtudes, principados, potestades y dominaciones! ¡Acudid en mi auxilio, apóstoles, vírgenes, mártires y confesores! ¡Interceded por mí, santas ánimas del Purgatorio!’.  

El gallo hizo su triunfal paseo entre las gallinas del corral, o más bien sobre cada una de ellas. (¡Ay quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!). Al terminar el recorrido, su hijo, el gallito joven le dijo algo a su padre. Y respondió enojado el gallo: “Nada de déjame ahora a mí. Primero tienes que aprender a despertar a la gente”…

A un argentino de Buenos Aires le aconsejó alguien: “Obedece siempre a tus superiores”. “¡Pero che pibe! -protestó el porteño-. ¿Dónde voy a encontrar uno?”.

Lleno de aflicción aquel hombre le contó al psiquiatra: “Tengo un problema, doctor. Nadie me cree nunca lo que digo”. Le dice el analista, severo: “Hábleme con la verdad, amigo. ¿Cuál es en realidad su problema?”…

Babalucas recibió un papel en blanco. “Es un mensaje de mi novia” -explicó a sus amigos-. Se extrañó uno: “Pero si no dice nada”. Explica el Badulaque: “Es que estamos enojados, y no nos hablamos”…

Sor Bette, novicia en el convento de la Reverberación, exclamó con molestia: “¡Ah, estas moscas cómo friegan!”. “Hermana, hermana -la reprendió dulcemente Sor Dina, la reverenda madre superiora-. No trate usted así a esas criaturitas del Señor. También ellas forman parte de la Creación, y debemos sufrir con paciencia las incomodidades que nos causan. No use con las mosquitas esas palabras fuertes. Dígales solamente: ‘¡Shu! ¡Shu!’, y verá que solitas se van a la chin…”.

Babalucas llevó a su novia en coche a un paraje en las afueras de la ciudad. Antes de llegar al romántico sitio llamado “El ensalivadero” le dijo ella con sugestiva voz acercándosele provocativamente: “Esta noche, Baba, podrás llegar hasta donde quieras”. Al oír aquello Babalucas se puso feliz, y siguió manejando sin detenerse…

Dos estudiantes ingleses de altas matemáticas se encontraron en el campus de su universidad. Uno de ellos llevaba una flamante bicicleta. Le preguntó el otro: “¿Cómo te hiciste de ella?”. Responde el primero: “Estaba yo resolviendo una difícil ecuación a la orilla del lago cuando llegó de pronto una lindísima muchacha. Iba en esta bicicleta. Después de un breve rato de conversación empezó de repente a quitarse la ropa, y luego se mostró ante mí completamente desnuda. Me dijo respirando con agitación: ‘¡Toma lo que quieras!’”. El otro escuchó imperturbable aquel relato y en seguida le dijo a su amigo: “Hiciste bien en escoger la bicicleta. La ropa ni siquiera te habría quedado”.

Don Cornulio le comentó a un amigo: “Mi mujer tiene mucha suerte. Últimamente ha participados en varias rifas, y en todas ha obtenido premios: un coche; un collar de perlas; un finísimo reloj; vestidos, zapatos y bolsas de marca.”. Le pregunta el amigo, con retintín: “¿Y para ti no se ha sacado nada?”. “Sí -replica don Cornulio-. Una vez encontré en la recámara un ajuar completo de hombre: traje, camisa, ropa interior, zapatos, calcetines. Desgraciadamente nada era de mi talla”.

El doctor examina a la señora. Luego llama aparte al marido y le dice en voz baja: “-No me gusta nada el aspecto de su esposa”. Con voz igualmente baja responde el marido: “-Ya somos dos, doctor”…

Celiberia Sinvarón, célibe doncella, le dijo a Solicia Sinpitier, señorita soltera también: “La Policía está haciendo una advertencia: sujetos de mal vivir entran en las casas donde viven mujeres solas, se esconden abajo de la cama, y por la noche salen y las violan”. “¡Ah! -exclama con gran animación Solicia-. ¡Entonces voy a comprar camas gemelas! ¡Así duplicaré mis posibilidades!”…

El correcto señor le preguntó en el autobús a Babalucas: “Perdone, caballero: ¿dónde debo bajarme para ir a la oficina de Correos?”. Le contestó el badulaque: “Fíjese dónde me bajo yo, y bájese dos cuadras antes”… El correcto señor le preguntó en el autobús a Babalucas: “Perdone, caballero: ¿dónde debo bajarme para ir a la oficina de Correos?”. Le contestó el badulaque: “Fíjese dónde me bajo yo, y bájese dos cuadras antes”…

Babalucas pidió en el mostrador de la línea de autobuses: “Deme un boleto de viaje redondo”. Le preguntó el empleado: “¿A dónde?”. “¿Cómo que a dónde? -se molestó el badulaque-. Aquí, claro. Es viaje redondo ¿no?”…

El niñito comentó en la merienda con sus tías: “Mi papi es muy valiente. Es bombero voluntario, y cuando suena la sirena sale corriendo de la casa y no regresa hasta que apaga el fuego. En cambio el vecino es un cobarde: cuando hay un incendio le da tanto miedo que viene y se acuesta con mi mamá”.

Dos asnos, jumentos o pollinos estaban platicando. Le preguntó uno al otro: “¿Cómo te trata tu dueño?” “Muy mal -respondió éste con pesaroso acento-. Me escatima el pienso; me hace llevar cargas muy pesadas; me da de palos y me obliga a trabajar largas jornadas”. Inquirió el primero: “¿Por qué no escapas y te libras de ese cruel amo que tan mal te trata?”. Contestó el otro: “Es que tiene una hija muy hermosa”. Se asombró el compañero. Preguntó: “¿Y eso qué tiene qué ver?”. Explicó el rucio: “La muchacha es de cuerpo complaciente, y gusta de los placeres de la cama. Ha follado con la mitad de los hombres del pueblo (652, según el último dato del INEGI). Hace unos meses oí que le decía a una amiga: ‘Cuando me canse de la milonga me buscaré algún burro y me casaré con él’. Estoy esperando que eso suceda…”

La esposa de Babalucas se sorprendió al verlo arrojar en el inodoro el contenido de seis latas de cerveza. “¿Qué haces?” -le preguntó asombrada. Respondió el badulaque: “Te parecerá un desperdicio, pero así no tendré que levantarme por la noche a hacer pipí”.

Cuatro amigos bebieron hasta emborracharse, y así azumbrados decidieron ir a un lupanar, burdel o mancebía. Al día siguiente uno les reclamó a los otros con enojo: “Malos amigos son ustedes. Me dejaron la peor mujer: una arpía fea como un demonio, gruñona, insoportable”. Le responde uno de ellos: “No sabes lo que dices. Como estabas demasiado borracho te llevamos a tu casa”.

Pepito fue corriendo a llamar a un policía. Le dijo: “Mi papá se está peleando en la calle con otro hombre”. Acudió el gendarme y, en efecto, vio a dos hombres tundiéndose a puñadas uno al otro. Le preguntó a Pepito: “¿Cuál de los dos es tu papá?”. “Quién sabe -respondió el niño-. Por eso se están peleando”.

Los papás de Simplicio, joven inocente, no lo instruyeron debidamente antes del matrimonio. Lo único que su papá le dijo fue esto: “La mujer se acuesta abajo y el hombre arriba”. A consecuencia de eso ya van dos años que el cándido muchacho y su desconcertada esposa duermen en literas…

Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, denunció ante el juez que el individuo al que la Policía detuvo la había recargado contra la pared, y así, estando de pie ella, la hizo objeto de sus lascivos apetitos de lúbrica carnalidad y de fornicio. Opuso el juez: “Pero usted es muy alta, y el acusado aquí presente es sumamente bajo de estatura’’. Explica, ruborosa, la señorita Sinpitier: “Lo levanté un poquito’’…

El sargento le preguntó al soldado: “¿Cuántas son 7 por 3?”. Con voz fuerte y decidida respondió el soldado: “¡73, mi sargento!”. “Así me gusta -comentó el sargento, satisfecho-. Pendejo, pero enérgico”…

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